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¿Cuáles son las buenas prácticas para evitar procesos erosivos?

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Desde la Fundación Maní Argentino vienen impulsando estudios para seguir mejorando la producción de esta leguminosa, con el foco en la sustentabilidad.


La cadena del maní se ha consolidado como una de las principales economías regionales argentinas, y gran parte de ese logro se debe al crecimiento que ha tenido la producción a lo largo de los años, gracias a la expansión de la frontera productiva.
 
Además del sur cordobés, que es la zona manisera histórica, año a año se incorporan más hectáreas en provincias como Salta, San Luis, La Pampa y Buenos Aires, y también han comenzado a explorarse otras como Tucumán y Catamarca.
 
En este marco, desde la Fundación Maní Argentino (FMA) vienen desarrollando desde hace más de dos décadas estudios e investigaciones científicas con el fin de aportar opciones que permitan ajustar las prácticas agronómicas para que esta expansión productiva cumpla con una premisa fundamental: cuidar los suelos y el ambiente.
 
“Existen muchos mitos en relación a este cultivo y su impacto en los suelos. Desde la Fundación venimos trabajando en profundidad para reducir al mínimo los riesgos productivos y ambientales que en muchas ocasiones se suelen asociar al maní, a menudo de manera infundada”, mencionó Claudio Urquiza, presidente de la FMA.
 
Los beneficios del maní
En primer lugar, Urquiza recordó que, botánicamente, el maní es una leguminosa, lo que significa que mejora la carga de nutrientes de los suelos por su capacidad de fijar el nitrógeno del aire. Por eso, su inclusión en una rotación de largo plazo, realizada con buenas prácticas agrícolas, no solo que no perjudica los suelos, sino que genera beneficios biológicos, agronómicos y económicos.
 
“La sustentabilidad del maní depende de la sustentabilidad que tenga la rotación: es un cultivo que se integra dentro de un plan de largo plazo, pensando en coberturas permanentes para evitar las voladuras de los suelos. Los estudios realizados a lo largo de los años demuestran que, incluyendo al maní en la rotación en períodos que van entre cuatro y cinco años, no solo no se afectan los cultivos posteriores ni el estado de los suelos, sino que el productor obtiene importantes recursos económicos”, indicó Urquiza.
 
La práctica que suele generar los mayores temores es el “arrancado”, previo a la cosecha. En principio, Urquiza recordó que es una práctica inherente al maní; es decir, no existe otra manera de extraerlo de la tierra.
 
La clave que están aplicando los productores es el sembrado inmediato de cultivos de cobertura. “Las gramíneas de invierno, como el centeno, son una buena opción por el entretejido verde que generan y disminuyen los riesgos de erosión eólica”, explicó Urquiza.
 
Por último, otro factor a tener en cuenta es la mejora tecnológica que ha tenido la producción manisera en los últimos años. Por ejemplo, se implanta con laboreo mínimo o siembra directa en el caso de que el cultivo antecesor lo permita; es decir, no genera una alteración de la estructura del suelo diferente a la que provocan otros cultivos.
 
“Además, las técnicas y tecnologías utilizadas han evolucionado y nada tienen que ver con las que se utilizaban en el pasado”, repasó Urquiza.
 
Fuente: Infocampo

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Actualizado a: 29/11/2024

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