Durante muchos años los productores de todo el mundo gozaron de una amplia paleta de fungicidas que con su gran espectro de control y eficiencia contribuyeron a incrementar la producción y mejorar la calidad de los alimentos. Hoy, sin embargo, con la aparición de los hongos resistentes, el escenario se ha vuelto completamente diferente: Europa es considerada la cuna de esta problemática y atraviesa graves problemas en trigo; mientras que mucho más cerca, nuestros vecinos de Brasil, Bolivia y Paraguay se ven asolados por la roya asiática, considerada la “Terminator” de los fungicidas.
Aunque en Argentina la situación no llega a ser tan dramática, la resistencia a mancha amarilla y Cercóspora kikuchii, por ejemplo, son cada vez más comunes. Es así que ya comenzaron a aparecer algunas voces de alerta. “A diferencia de otros países, todavía estamos a tiempo de frenar o retrasar el impacto de esta problemática”, señala esperanzado el fitopatólogo de la FAUBA, Marcelo Carmona, que durante la última edición de Expoagro brindó una breve cátedra sobre el tema. Allí, el especialista puso el foco sobre el uso y abuso exclusivo de fungicidas unisitio (triazoles, estrubirulinas y carboxamidas) como una de las principales causas del actual panorama.
“Se trata de productos que trabajan en un solo sitio de acción de la célula fúngica, es decir que controlan siempre a la célula en una sola estructura. A tal punto que ésta comienza a acostumbrarse y a través de mutaciones genéticas crea mecanismos naturales para poder sortear el efecto del fungicida”, explica. La no alternancia de fungicidas, el uso continuo y repetido de los mismos modos de acción, las aplicaciones tardías o con dosis incorrectas, y las dificultades para implementar buenas prácticas agrícolas, hacen el resto del trabajo sucio y facilitan las condiciones para que esas resistencias se reproduzcan a toda la población.
“Hay que entender que la resistencia es un fenómeno biológico inevitable y lo único que se puede hacer es deprimir o al menos retrasar ese proceso”, confiesa Carmona. En ese aspecto, la principal arma que tiene a mano el productor es el acompañamiento de fungicidas multisitio, que con múltiples modos de acción se encarga de atacar a la vez y en diferentes estructuras enzimáticas a la célula fúngica. “Son productos que no tienen casos de resistencia reportados, justamente porque es muy difícil o casi imposible que un hongo pueda generar mutaciones para cinco o seis sitios de acción”, añade.
Hacia esa dirección apuntó justamente UPL con el lanzamiento de Tridium, el primer fungicida del país con tecnología multisitio para trigo y cebada. Una herramienta clave que no solo permite controlar enfermedades y aumentar el rendimiento, sino también manejar la resistencia. “UPL está presente en más de 170 países y en todos existe la problemática de resistencia. Por eso a partir de las necesidades de los productores, la empresa ha desarrollado ésta fórmula innovadora que representa un paso adelante en el tema”, asegura Marcelo Figueira, gerente de fungicidas de la compañía para Latinoamérica.
Tridium es una mezcla de fungicidas de acción por contacto, sistémica, preventiva y antiesporulante, que combina dos principios activos sitio específicos con un multisitio (Azoxistrobina, Tebuconazole y Mancozeb). “Es una combinación muy equilibrada que permite adelantarse al problema, logrando un verdadero manejo de la resistencia”, comenta el responsable del área de UPL. Por su lado, Carmona añade que es bienvenida la incorporación de estos principios activos multisitios para mejorar la eficiencia de control y recomienda su uso como socios o colaboradores de los fungicidas sitio específico: “De esta manera se los protege más, disminuyendo la vulnerabilidad y prolongando su vida útil”.
Para el docente de la Facultad de Agronomía de la UBA el uso de fungicidas debe ser reorientado en Argentina, tanto en lo que hace al momento oportuno para realizar las aplicaciones como a la efectiva alternancia de los distintos mecanismos de acción o a la debida atención a las dosis recomendadas en el marbete.
En cuanto al momento de aplicación, el experto cree que Argentina es un país que tiende a realizar aplicaciones tardías y expone como ejemplo el caso de soja y trigo. En el primer cultivo, las enfermedades de fin de ciclo son visualmente alarmantes en R6 o R7, cuando ya no se puede hacer nada para evitar el daño en clorosis, necrosis o caída de hoja. “Las aplicaciones deberían haberse hecho en R3, R4 o R5, cuando la planta no tiene señales de enfermedad. Hace falta mayor capacitación técnica porque existe un retraso de alarma visual por parte de los productores y asesores”, afirma. En tanto, en el caso del trigo hay una cultura fuertemente arraigada de que hay que esperar la hoja bandera para tomar decisiones: “Es un mito absurdo porque los hongos crecen desde las hojas inferiores, que si bien no aportan rendimiento, son las responsables de hacer crecer la enfermedad”, confirma el especialista.
Por último, Carmona considera que es necesario el trabajo conjunto entre industria, academia y asociaciones de productores, para seguir ofreciendo soluciones sustentables y preservar el potencial productivo de la agricultura nacional. Un concepto que va de la mano con OpenAg, el objetivo que persigue la nueva UPL basado en una agricultura abierta. “La idea es tener una visión mucho más amplia y global en nuestra oferta de productos y servicios, siempre pensando fundamentalmente en el agricultor pero también en toda la sociedad”, clarifica Figueira.
Luego de la reciente adquisición de Arysta LifeScience, UPL ha encarado una nueva fase en la empresa que tiene como base la construcción de redes y alianzas con distintos actores de la cadena para la creación de valor y el desarrollo de un crecimiento sostenible.