En Argentina, se cultivan cada año aproximadamente 400.000 hectáreas de maní. Se trata de una cifra que crece con base en la sustentabilidad ya que gracias a las buenas prácticas agrícolas se estableció un esquema de rotación de cultivos que obliga a darle descanso a ciertos lotes por 4 años y por lo tanto incorporar otros.
El “clúster manicero” tal como se lo conoce en el sector agroindustrial, esta ubicado en la provincia de Córdoba, pero en los últimos años se extendió hacia el sur e incluso penetró en la provincia de Buenos Aires. Los desafíos a nivel productivo se relacionan a mejoras en rendimiento por hectárea pero existen otras demandas de los consumidores donde se exigen sustentabilidad, algo que el mercado internacional reclama y también valora.
En ese sentido, desde la Cámara Argentina del Maní (CAM) se sostiene un trabajo que tiene como finalidad reducir al mínimo los riesgos productivos y ambientales que en muchas ocasiones se suelen asociar a este cultivo, y que en realidad están vinculados a la ejecución de prácticas agronómicas inadecuadas.
En diálogo con Ámbito, el Ing. Agr. Claudio Irazoqui, presidente del Colegio de Ingenieros Agrónomos de General Cabrera (Córdoba), aseguró que “el maní hace 40 años tenía como destino principal la industria oleaginosa. El 90% se usaba para aceite y luego hubo un cambio rotundo hacia la década del 80. Comenzaron a utilizarse otras variedades y eso trajo aparejado ciertas modificaciones en el manejo en cuanto a control de malezas, las enfermedades, cosecha y pos cosecha, para poder obtener un producto de excelente calidad para la industria confitera”.
La sustentabilidad del maní, valorada por los mercado más exigentes, depende de la rotación y allí es donde el cultivo se integra dentro de un plan de largo plazo. Según Irazoque, “con estas mejoras, el maní pasó a ser más estable. En nuestra zona hay años secos, otros húmedos, pero en definitiva lo que se consigue es mayor estabilidad y mejora de rendimientos”.
Gracias los trabajos de investigación encarados por la Fundación Maní Argentino y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), se pudo demostrar que al incluir al maní en la rotación en períodos que van entre cuatro y cinco años, no solo no se afectan los cultivos posteriores ni el estado de los suelos, sino que el productor obtiene importantes recursos económicos. En otras palabras, el maní cultivado bajo buenas prácticas agrícolas, y dentro de una rotación integral, suma al sistema agronómico y también al económico.
Así fue que nuestra industria conquistó los mercados más exigentes del mundo. Irazoque destacó que “el maní de Córdoba se destaca por la zona en la que se produce, que es la más alejada de los trópicos. El maní es un cultivo subtropical y en el caso argentino, es el que se siembra más al sur en el mundo. Esa característica ambiental hace que tenga determinados azúcares y un sabor especial. Por otra parte, gracias al aporte de la ciencia, en nuestros suelos se siembra variedades de características “alto oleico”, que hacen que se prolongue la vida del producto en las góndolas. Eso hizo que el maní argentino se destaque en el mundo, aun en productos de baja industrialización como la manteca de maní. La calidad se garantiza también gracias a las buenas prácticas agrícolas y eso nos deja bien posicionados para la exportación.
Del total producido, más del 70% se vende al mundo y el resto va al mercado interno, por eso varias empresas comenzaron a desarrollar productos para el consumo doméstico. Mejoraron envases e incluso buscan generar nuevos hábitos, como por ejemplo que una parte de los argentinos reemplacen el tradicional dulce de leche por la mantequilla de maní.
Fuente: Daniel Aprile – Ambito.com